Caminaron lentamente en silencio uno detrás del otro por un largo sendero rocoso, remontaron una empinada pendiente, siendo envueltos por el mágico aire islandés. El anfitrión que encabezaba la escalada se detuvo un instante obligando a su compañero a mirarlo; Encontrándolo más enorme que nunca, su insuflada mirada estaba llena de brillo y abriendo los brazos con placer soltó:
- Ahora sucederá algo que nunca olvidara. Adelante camine solo, yo lo alcanzo... Adelante. Vaya... vamos. – casi con voz de orden.
Él siguió ascendiendo -al pasar frente al islandés le sonrió siguiendo su pedido- aunque ahora mucho más atento por la curiosidad de ser sorprendido.
En el lugar no había árbol alguno, ni un travieso arroyo, ni danzantes trigales, ni cantos de pájaros, ni fragancia alguna, casi la antítesis misma del mítico Edén. Y esto mismo lo impulsaba segundo a segundo potenciando su deseo de ser conmovido por amenazaste soledad.
Cada paso que daba comenzaba a advertir que el cielo se ensanchaba, se extendía, se ampliaba con cada simple paso que daba. “Esto es magnifico!” se proclamó. Miró para atrás y la figura del enorme de había alejado y consecuentemente empequeñecido. Siguió y siguió ascendiendo unos minutos más, de pronto cesó – nuevamente se dio vuelta- buscando aquella figura que ahora estaba inmóvil y alerta. Comprendió que no debía esperarlo volvió su visión al frente y reanudó el tranco. Redobló su empeño por largos minutos.
La escalada parecía llegar a su fin, realizó los últimos esfuerzos y obligado, trepó ayudado por sus manos las cuales estaban enfundadas por gruesos guantes. Más luego del postrero empeño quedó solo al borde de la interminable ladera, frente a un inacabable abismo que le ofrecía todo el océano en magnificencia plena. Un nervudo instante lo llevó a reconocerse insignificante, absolutamente minúsculo, una nada en lo maravilloso. El frío viento pareció una tenue caricia mortal, tragó saliva y su columna vertebral fue cruzada por una vibración cautivante emergente de una atronadora voz.
- Océano... lejanía. Amplitud, azul, unicidad. – dictó la expansiva voz.
Le era familiar, pero no entendía dónde estaba, experimentando una atractiva amenidad. Se sentía a diez centímetros del piso, sus manos y sus pies parecían como adormecerse y a la vez inflarse.
No podía quitar sus ojos del océano –estaba plenamente embelesado- aquellas palabras lo impulsaron a flotar como una gaviota en la inmensidad, guiada por el ululante resonar de cada liberado concepto.
- Siente algo dentro de usted que le es familiar. ¿Lo advierte?
No podía dejar de colmarse del lugar.
-...estuvo siempre antes que la vasija,
-...no esperes encontrarle nombre: pues reencuéntrese.
Ya no sentía su cuerpo, no sentía su respiración, su mente parecía expandida y sus latidos cardiacos extinguidos. Se sentía liviano, dilatado, amplio, seguro, tranquilo, presente y más que eso. Omnipresente.
Se produjo un silencio sólido y palpable produciéndole un deseoso estado de ansiedad por volver a escuchar aquella voz.
- Recuerda: “grano de arena”
eras, eras, recuerda, “planta”, “existencia”. Eras y eras.
Recuérdate “hombre”. Eón de eones recuérdate.
Reconoció que la voz no era del vikingo aunque no le inquietó ya que resultaba familiar. Cada vez más afín.
- ¿Qué diría si alguien dice? : ¡Salta! ¿Qué se diría? ¿Qué... le diría?
Y todo pareció aún más inmenso, la voz dio un giro alrededor de él posándose en el filo del oído izquierdo. Y prosiguió expresando:
- ¿Qué diría si advierte? : El salto va ha ser arduo. Muchas veces podrás regresar, muchas veces llegaras al borde del abismo mismo. Y voltearás, escaparás, porque veras un precipicio. Pero si siendo presto... sucederá, se cumplirá, “ello” sobrevendrá.
Se sentía profundamente envuelto en las ráfagas del helado viento oceánico. Y la tierra del viento le reveló:
-“He aquí el portal al “Sanctum Regnum”1.
...he aquí el vestíbulo al “Regnum Dei”2.
...sólo para reyes, sólo para ungidos. ¿Eres tú Rey? ¿Acaso eres tú, el Ungido? ¿Tú eres aquel grano de arena?
- ¿Qué diría si advierte? : El salto va ha ser arduo. Muchas veces podrás regresar, muchas veces llegaras al borde del abismo mismo. Y voltearás, escaparás, porque veras un precipicio. Pero si siendo presto... sucederá, se cumplirá, “ello” sobrevendrá.
Se sentía profundamente envuelto en las ráfagas del helado viento oceánico. Y la tierra del viento le reveló:
-“He aquí el portal al “Sanctum Regnum”1.
...he aquí el vestíbulo al “Regnum Dei”2.
...sólo para reyes, sólo para ungidos. ¿Eres tú Rey? ¿Acaso eres tú, el Ungido? ¿Tú eres aquel grano de arena?
Dinos.
¿Quién eres? ¿Quién eres tú?
Dinos!
¿Qué has hecho con lo que te hemos consagrado?
En su mente aparecieron cuatro conceptos que hacían uno, cubriendo la esfera misma de su radial interno:
Dinos!
¿Qué has hecho con lo que te hemos consagrado?
En su mente aparecieron cuatro conceptos que hacían uno, cubriendo la esfera misma de su radial interno:
“Saber, Atreverse, Querer, Guardar Silencio”
Pudo auscultarse desde adentro mismo.
- “Alístate, alístate para saltar, es la única manera de renacer”.
Miró hacia abajo, las aguas furiosas golpeaban las rocas, la blanca espuma parecía ser absorbida por el azul del mar. Podía observar –simultáneamente- hacia ambos lados, la costa se extinguía en eternidad y detrás al mismísimo borde del acantilado estaba su cuerpo. Inmovilizado con los ojos cerrados, a su frente la luz del sol en creciente intensidad y sobre su sutilidad la bóveda celeste parecía danzar. Omnisciente.
Terriblemente como foco apuntó el pecho de su lejano cuerpo y en ese lugar se volvió a incrustar brutalmente.
Se estremeció, recordó su cuerpo, recordó su respirar, sus sentidos parecieron activarse nuevamente al recuperar la sutilidad.
Sintió una interminable asnea, el golpe en el pecho lo había lanzado varios metros atrás. Estremecido sus ojos estaban más que abiertos y giraban desorbitados al no entender lo ocurrido. De pronto se encontró sentado en el suelo, su pecho parecía ardiendo y eso le hizo recordar su humanidad, retomó su respirar diminuyendo su agitar, sus sentidos parecieron volver a someterlo.
Sus manos –ya sin guantes- estaban apoyadas en la helada piedra volcánica, sosteniendo el tronco de su golpeada espalda. El sol le daba directo a sus ojos y su intensidad abruptamente había disminuido. Un silbido agudo cruzó su cabeza, de oído a oído.
No podía levantarse sentía una mezcla de dolor placentero, curioso asombro, miedo y hasta abandono.
Miró nuevamente para atrás –buscando- pero no estaba. Volvió su mirada hacia delante y lo encontró tapando la –ahora- natural luz solar.
Con sonrisa comprensiva le tendió la mano izquierda sin decir palabra alguna.
Se sentía volver de un knockout intentó levantarse –era imposible- debió aceptar la mano ya que sus piernas parecían recientemente implantadas.
Así logró ponerse de pie con deseos de volver su rostro al sol. Avanzó dos pasos titubeantes -luego de soltar la mano del islandés- buscando aquella luz. Pero ya no estaba la que iluminaba no era la misma.
-Aún no es tiempo. Volverás, volverán. -intuyó o creyó percibir.
Pudo auscultarse desde adentro mismo.
- “Alístate, alístate para saltar, es la única manera de renacer”.
Miró hacia abajo, las aguas furiosas golpeaban las rocas, la blanca espuma parecía ser absorbida por el azul del mar. Podía observar –simultáneamente- hacia ambos lados, la costa se extinguía en eternidad y detrás al mismísimo borde del acantilado estaba su cuerpo. Inmovilizado con los ojos cerrados, a su frente la luz del sol en creciente intensidad y sobre su sutilidad la bóveda celeste parecía danzar. Omnisciente.
Terriblemente como foco apuntó el pecho de su lejano cuerpo y en ese lugar se volvió a incrustar brutalmente.
Se estremeció, recordó su cuerpo, recordó su respirar, sus sentidos parecieron activarse nuevamente al recuperar la sutilidad.
Sintió una interminable asnea, el golpe en el pecho lo había lanzado varios metros atrás. Estremecido sus ojos estaban más que abiertos y giraban desorbitados al no entender lo ocurrido. De pronto se encontró sentado en el suelo, su pecho parecía ardiendo y eso le hizo recordar su humanidad, retomó su respirar diminuyendo su agitar, sus sentidos parecieron volver a someterlo.
Sus manos –ya sin guantes- estaban apoyadas en la helada piedra volcánica, sosteniendo el tronco de su golpeada espalda. El sol le daba directo a sus ojos y su intensidad abruptamente había disminuido. Un silbido agudo cruzó su cabeza, de oído a oído.
No podía levantarse sentía una mezcla de dolor placentero, curioso asombro, miedo y hasta abandono.
Miró nuevamente para atrás –buscando- pero no estaba. Volvió su mirada hacia delante y lo encontró tapando la –ahora- natural luz solar.
Con sonrisa comprensiva le tendió la mano izquierda sin decir palabra alguna.
Se sentía volver de un knockout intentó levantarse –era imposible- debió aceptar la mano ya que sus piernas parecían recientemente implantadas.
Así logró ponerse de pie con deseos de volver su rostro al sol. Avanzó dos pasos titubeantes -luego de soltar la mano del islandés- buscando aquella luz. Pero ya no estaba la que iluminaba no era la misma.
-Aún no es tiempo. Volverás, volverán. -intuyó o creyó percibir.
El descenso.
Caminaron un detrás del otro en silencio, lentamente pero sin pausa alguna. Pensaba en lo sucedido una y otra vez. Se sentía terriblemente cansado, pero preso de un cansancio diferente, el que cual nunca había experimentado en toda su vida.
El viquingo llevaba un paso seguro y cansino, comprendía como debía sentirse su invitado, también sabia que debía mantenerse en absoluto silencio por lo menos hasta finalizar el descenso. No pensaba en nada, simplemente esperaba llegar antes de que atardeciera, ya que el clima podía ser impiadoso.
El invitado seguía como un autómata las pisadas de su guía, veía las puntas redondeadas de sus oscuras botas pisar las mismas invisibles huellas del adelantado. Estas parecían aunarse al piso para luego ser tímidamente liberalizadas, sus manos de aferraban de las cintas de su pequeña mochila, sus anteojos se aplastaban en su rostro por el creciente viento que parecía querer robarle sus mismísima piel.
El enorme se detuvo volviéndose hacia él. Con su gran mano derecha le tomo la mandíbula y con la izquierda le quito los anteojos. Clavo sus celestes ojos sondeándole hasta el alma. Volvió a colocarle los anteojos le soltó la cara y le dio una palmada en el hombro. No si antes acomodarle la gorra tejida que parecía abandonarle. Él no tenía fuerzas ni para agradecer sólo atinó a reacomodó su piel a su cara, su mochila a sus hombros, su pensar a su mirada.
Y siguió descendiendo recordando algo que había vivido y algo experimentado sueño sin ensueño...
1 Santo Reino.
2 Reino de Dios.
Las imagenes son gentileza de los siguiente artistas: la primera por Adrivdm, la segunda por Paul York 2004 y la última por Subindie. Todas publicadas en www.flickr.com . Muchas gracias por permitirme utilizarlas. Tema musical "Oceans Shores" por Relaxation & Meditation también mi agradecimiento.