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“El lugar es pequeño atiborrado de escritorios y sillas de madera de oscuro barniz. No parece haber paredes pues una atmósfera gris circunda el lugar.
Estoy sentado en una de las tantas sillas, al costado uno de los escritorios, a unos metros –en diagonal hacia la izquierda- una persona está sobre uno de ellos, proclamando un alegato. Soy el único presente... soy su único público.
Él es muy joven... mucho más joven que yo, viste Jean y camisa a cuadros, de cabello ensortijado aunque recortado en la nuca. Veo sus pies blancos ya que está descalzo.
Su lenguaje es culto, aunque se lo nota turbado por cargados pensamientos. Pero dispuesto ha dilucidar, a explicar y hacerme comprender para que recapacite. El sitio está colmado de máquinas y aparatos electrónicos. Veo a mi lado un mudo teclado -ya que carece de símbolos- detrás una pantalla en la cual puedo observar algo escrito que consigo deducir pero no recordar. El joven me sigue hablando de un niño prodigio, sus grandes verdades y la avidez del mismo en transmitírmelas; Aunque consideraba que no llegaría fielmente a comprenderlas y lo turba esta situación profundamente.
De pronto el joven enmudeció. Miró a mis pies, ahora yo también estoy descalzo.
Un niño aparece delante de mí, de enrulados cabellos, pantalón corto, medias oscuras y zapatos negros. Su vestimenta es similar al clásico uniforme de colegio.
Su rostro trasmite paz, su figura inocencia y pureza.
Me observa, me habla con su mirada, pero tampoco lo puedo comprender. Descubro que su verdad se pierden al final de cada frase, se distorsiona derritiéndose, marchitándose y muriendo.
Detecto que es la bulla la que evita que lo entienda. Ella es la que mata su mensaje. La misma que me aturde por siempre y que me sometió educando. Revelo su origen ya que detecto una radio encendida a todo volumen y la apago con una decidida mirada. Es semejante a una que había poseído y descubro muchas otras que también ahogo, reconociéndolas similares a la alguna vez tenido. Y vuelvo a encontrar otras tan o más chillonas, de otros formatos, todas análogas a aquella.
Intuyo que debo cegarlas absolutamente a todas y así poder comprender al niño; Lo logro, pues consigo acallarlas a todas.
El joven se mantiene estático observándome, mas el niño –ahora elevado unos centímetros del piso- me sonríe satisfecho y el sueño se va lentamente desvaneciendo. Aunque antes conmovido descubro que la imagen del niño surge del espejo que siempre estuvo de cara a mí.”
Imagen y Artwork por guzsergi+arteD.