Man se dirigió por uno de los largos pasillos del “Instituto Pawar de Estudio e Investigación” (IPEI) con destino el despacho de Shri Mahavir Pawar. Unas horas antes, Alba –secretaria de éste- lo había llamado para recordarle la reunión.
En la puerta de recepción al despacho estaba ella con una sonrisa plástica recibiéndolo.
- Buenas tardes señor Manglio.
- Hola Alba. ¿Cómo te encuentras?
- ¿Cómo está usted?
- Bien… ¿llego a tiempo?
- Sí… pase directamente, el doctor lo está esperando.
- Muchas gracias Alba.
Llegó a la ancha puerta de madera, golpeó suavemente en unas de sus dos brillantes hojas recibiendo como contestación…
- Adelante. –era la inconfundible voz de Pawar.
Abrió la misma encontrándose con Shri -de pie a un costado de su enorme escritorio- hablándole a una persona que sentada en unos de los dos sillones que enfrentaban el mismo en silencio lo escuchaba. Era bajo, gordo y calvo, su regordeta cara estaba adornada por una barba candado muy bien cuidada y bigote en puntas. Siempre con turbante -hoy color mostaza- un costosísimo traje gris oscuro, camisa blanca y corbata con dibujos acorde a su nacionalidad. Tan acorde como el color de su piel, Shri Mahavir Pawar había estudiado leyes en su país, según él un doctor en leyes dedicado a los negocios. Usaba un costosísimo reloj de oro y anillos que variaba conforme a su estado de ánimo. Ya que sus alterados ánimos los situaban o como un refinado homosexual o como un detestable capo mafioso. Siempre exigiendo celeridad.
- ¡Manglio! Llegaste justo a tiempo. – Shri.
- Buenas tardes. -Man.
- Había empezado sin ti… pero ahora -dudando- tengo el gusto de presentarte a…
El sillón giro lentamente –hacia el recién llegado- descubriendo a la persona que lo ocupaba, Man quedó congelado, patitieso no atinó a decir nada.
- …la señorita Feu, es nuestra nueva colaboradora. –dijo Pawar.
- Encantado. – consiguió decir Man.
- Hola Man, ¿cómo estás?
- ¿Se conocen? –preguntó en anfitrión.
Se produjo un silencio que luego de incorporarse del sillón y estirar su mano se rompió con un…
- Sí. –dijo ella.
- Hola… Domenica. – estrechando levemente su mano.
- Pues, ¿de dónde se conocen?
Ambos dudaron que contestar, Shri advirtió tal situación pero dejó que ellos la resolviesen. Invitándolos con educado ademán a que se sentasen frente a él.
- Fuimos… - dijo Man.
- …compañeros de escuela. –completó ella.
- Ah… “compañeritos” que maravillosa casualidad… el mundo es un pañuelo. ¿No?
Sin quitarle la vista Man agregó.
- Sin ninguna duda.
Ambos se sentaron uno al lado del otro.
- Bueno mi querida señorita Feu… Manglio es un colaborador muy importante en nuestro instituto y a pesar de estar con nosotros hace unos...
- Tres meses.
- …Eso, tan sólo tres meses. Y se ha transformado en un hombre fundamental en nuestra misión. Como le había adelantado en nuestras anteriores charlas…
Man seguía pensando que hacia ella en ése lugar y se preguntaba por qué Pawar no le había comentado la incorporación.
- …en nuestra ardua tarea de investigación –seguía Pawar- de “El origen de las cosas” éste señor, nos ha ayudado enormemente en avanzar con eficiencia en cuestiones que no podíamos resolver. Hasta ahora lo realizado ha estado circunscrito a una tarea de estudio y reflexión –…de escritorio- ahora ingresamos en un ciclo de investigación de campo. Es por ello que por sus conocimientos y preparación… la he contratado para que guíe a nuestra gente a desenvolverse con rapidez y seguridad en los lugares que deberán visitar o mejor dicho “encontrar”. Ya que todos aquí somos “ratas de bibliotecas” y necesitamos de alguien -como ustedes- que sepa como desenvolverse en sitios tan complejos, que inevitablemente deberemos de abordar. Así pues, pensé que ambos podrían ser los primeros eslabones de un buen equipo para lograr conquistar un nuevo escalón en nuestro magnifico cometido. ¿Entendido?
- Por supuesto doctor, lo hemos comprendido perfectamente.
- ¿Qué me dices Manglio? –preguntó Shri.
Ambos lo miraron esperando su respuesta.
- Tú mandas.
- Bueno entonces no hay más que decir. La señorita Feu estará con nosotros –en principio- unos noventa días, así que no perdamos tiempo y necesito de ti Manglio para que le muestres todo el IPEI con ritmo, con ritmo…
- Ok.
Se pusieron de pie. Shri los despidió instándoles nuevamente a que comenzarán en ése mismo instante, se marcharon por el pasillo que había llegado, no si antes recibir –nuevamente- la sonrisa plástica de Alba.
- ¿Qué haces aquí? –fue lo primero que dijo Man.
Domenica siguió caminando como si fuese ella la que guiaba el camino.
- Trabajo.
- Pero ¿quién...
Ella clavó los tacos en el claro piso de madera y mirando esquivamente le interrumpió.
- Epa… epa señorcito… yo no soy tu esposa, ni tu hermana, ni tu empleada. Si no te conté es que no medio la gana. ¿Está claro? –el tono de voz se elevaba con cada silaba y palabra- Y si estoy aquí es porqué firmé un contrato en el cual voy a ganar en tres meses lo que no ganaría en seis años. Me adelantaron la mitad y quiero llevarme la otra parte cueste lo cueste y caiga quién caiga. Así que déjame de...
El celular de Man comenzó a sonar interrumpiéndolos.
- ¿Sí? ¿Quién habla?
Se escuchaba una voz de mujer, Alba.
- Ok, ahora voy.
Cerró el celular ella lo miraba esperando escuchar que le diría.
- Es Shri, quiere hablar conmigo. –le comentó.
- Bueno. –con su clásica sonrisita.
- Le diré a Alba que te indique dónde está mi oficina.
- Ya sé… adonde se encuentra.
- Entonces espérame ahí.
- Sino hay más remedio.
Man retomó el pasillo se cruzó nuevamente con la sonrisa plástica y directamente ingreso al despacho de Shri.
- Esa mujer me gusta... es... – dijo.
- Shri ¿me llamaste para decirme eso?
- No… tienes que viajar. –apuntándole con el dedo índice de su mano derecha.
- Viajar, viajar? Si me acabas de decir que…
- Eso no importa, lo cardinal es para que debes hacerlo.
- Entonces qué es lo “cardinal”.
- Debes encontrarte con Iceoffson.
- Iceoffson. Nemesio Iceoffson.
- Sí el mismísimo, acaba de llamarme su asistente y acordamos que te enviaría para que lo pongas al tanto de las actividades del Instituto. Ya que está interesado en nuestros estudios y sobretodo, interesado en colaborar. Ergo, DINERO. Sí mucho dinero. ¿Entiendes?
- ¿Cuándo debo verlo?
- Mañana.
- ¿Adónde?
- No lo sé… sólo me dijo que pasarán a buscarte por tu departamento.
- ¿Y qué voy en pijamas?
- Sería mejor traje y sobretodo. Ah… dime la verdad, de dónde conoces a esta chica; ¿Eh? –con amanerado y curioso tono.
- No… no tiene importancia.
Shri lo miró sonriente dándole seña que no le creía.
- Bueno, buen viaje.
- Eh… y qué le digo a Iceoffson.
- Ah, a “don refrigerador”? No te preocupes alguna idea se te ocurrirá –mientras se arreglaba su turbante frente a uno de los tantos espejos que tenía su decorado despacho- eso sí… exagera. Exagera!
Man no entendía nada, de pronto aparece Domenica –se había pasado la vida buscándola- y a los pocos segundos tiene que viajar –sin saber adónde- a encontrarse con el excéntrico multimillonario Nemesio Iceoffson. Y… ¿por qué? ¿Para qué? Sé interrogaba y les decía a sus meollos…
Esto es raro, Shri es lo suficientemente desconfiado para no dejar en manos de nadie nada y menos aún cuando hay dinero de por medio. Y me dice “No te preocupes alguna idea se te ocurrirá”. ¿Por qué debo ser yo el enviado?
Esto le resultaba más que anormal ya que como Domenica, él también había sido contratado por una pecuniaria oferta imposible de rechazar.
Suena nuevamente el celular, está vez cuando volvía a su despacho, el número era desconocido.
- Sí ¿quién habla?
- Señor Manglio?
- Sí.
- Me presento Señor, mi nombre es Lao, colaborador del señor Nemesio Iceoffson.
- Ah… sí. Encantado.
- Señor Manglio me han informado que está al tanto de su…
- Sí… del viaje.
- Sí señor, desearíamos saber por, ¿dónde y a qué hora desea que lo pesemos a buscar?
- No sé… ustedes dirán.
- Bien señor estaría de acuerdo en treinta minutos.
- ¿Cómo?
- ¿Le parece demasiado tiempo al señor?
- No… todo lo contrario. Pero… espere un segundo.
Pensó cómo rechazarlo o directamente seguirle el juego. Seguirle el juego.
- ¿Señor? -Man.
- Lao.
- Eso…bueno, señor Lao.
- En una hora... y media en la puerta del edificio Fénix. Está situado...
- Muy bien señor, hasta luego.
- Ah... – se quedó sin poder preguntar a adónde iría.
Pensó que no haría a tiempo así que no tuvo más remedio que acelerar el paso. Llegó a su privado y lo encontró vació Domenica ya no estaba. Tomó su portafolio, su notebook, una pequeña palm, cerró unos cajones y saludó al aire con un luego te llamo. Corrió a la cochera subió a su auto y voló a su departamento.
Una hora y treinta después caminó rápidamente hacia el cordón de la vereda del edificio Fenix. Advirtió que un Hammer H2 de color negro lo estaba esperando, al verlo bajo de la misma un sujeto alto delgado de cabello corto vestido con traje brilloso de absoluto color negro. Era indudablemente de origen chino.
- Señor Manglio.
- ¿Usted es el señor Lao?
- Sí señor, soy Lao, por favor. –le abrió la puerta trasera invitándolo a ingresar.
Al rato estaba sentado en la butaca del jet privado -en medio de la pista pronto a despegar- propiedad de Iceoffson, camino a…
- Lao, me gustaría saber, de ser posible, -con tono casi divertido- hacia adónde me llevas.
- Three Wishes.
- Ah…sí, Three Wi…
- “Three Wishes” la residencia del Señor.
- Y… ¿adónde está ubicada la…
- Iceland. –respondió Lao mientras acomodaba algunas cosas de la cabina.
¿Islandia? Se dijo mentalmente.
- Iceland!
- Sí Señor, Iceland.
- Y mis papeles, dinero, cosas… eh… ¿pasaporte? Ropa. Vamos a Islandia! Iceland.
- No debe hacerse problema alguno el Señor Manglio, todo está bien. No debe preocuparse el Señor.
- Eso ya me lo dijeron y me cada vez comienzo a turbarme más.
- ¿Quiere beber algo el señor?
- Humm… no lo sé, desearía beber un Té Rojo.
- Enseguida Señor.
- Pensé que no tendrían.
- Señor. Sabíamos de su preferencia por el té de los emperadores.
Quedó sorprendido y agregó una pregunta más a su larga lista de interrogantes, afirmándose que hoy debió quedarse en la cama mascullando la culpa del mal haragán.
Unos minutos después estaba mirando las tímidas luces de la ciudad alejarse, desde la ventanilla pegada a su asiento, el despegue fue perfecto y más que volar el avión parecía flotar. De pronto se volvió al frente viendo delante de sus ojos una tasa humeante.
- El Té de los Emperadores. – señaló una gruesa voz.
Siguió mirando hallando una gran mano y el gran brazo que la sustentaba encontrándose con un enorme hombre de cabello blanco, ojos azules, nariz pequeña, robusto, vestido también de fino negro.
Tomó la tasa y a la vez intentó levantarse del asiento. Pero la mano de aquel se le apoyó en su hombro.
- No se moleste, quédese sentado Manglio.
- No es molestia alguna.
- Espero que lo encuentre a la temperatura adecuada y endulzado con la justeza que ésta infusión milenaria requiere. Aunque en su caso sea con edulcorante. –agregando- Lo preparé yo mismo, siempre se la preparaba a Ángela.
Man volvió los ojos a la tasa, acercándola y acercándose llegándole a dar un tímido sorbo.
- Perfecto. Usted debe ser...
- Soy Nemesio.
- ¿Iceoffson? perdón el Señor Nemesio Iceoffson.
- Bond, James Bond. - sonrió el anfitrión.
- Beba “el rojo”, ahora Lao me alcanzará el mío. También soy adicto al “brebaje” chino.
Luego de varios “rojos” que ambos bebieron, la charla parecía fluir con la naturaleza de dos que siempre se conocieron y hacia mucho que no se veían. Él le doblaba en físico, edad y brillo en los ojos. De a ratos soltaba su largo cabello y lo volvía ajustar para tenerlo bien peinado. Se paraba y se volvía a sentar, movía los brazos -con ademanes al mejor estilo italiano- para reforzar las ideas que expresaban sus palabras. Su castellano era perfecto, usaba palabras, frases, conceptos muy concretos y usuales. Le adjudicaba sus conocimientos en el idioma a Ángela su fallecida esposa. La cual nombraba toda vez que podía y al nombrarla, viraba de la vitalidad a la melancolía. Era multimillonario de cuna y derrochaba la simpleza de esos que siempre tuvieron todo y no necesitaban justificarlo. No parecía un buen hombre era un “justo hombre”.
- ¿Quiere beber algo el señor?
- Humm… no lo sé, desearía beber un Té Rojo.
- Enseguida Señor.
- Pensé que no tendrían.
- Señor. Sabíamos de su preferencia por el té de los emperadores.
Quedó sorprendido y agregó una pregunta más a su larga lista de interrogantes, afirmándose que hoy debió quedarse en la cama mascullando la culpa del mal haragán.
Unos minutos después estaba mirando las tímidas luces de la ciudad alejarse, desde la ventanilla pegada a su asiento, el despegue fue perfecto y más que volar el avión parecía flotar. De pronto se volvió al frente viendo delante de sus ojos una tasa humeante.
- El Té de los Emperadores. – señaló una gruesa voz.
Siguió mirando hallando una gran mano y el gran brazo que la sustentaba encontrándose con un enorme hombre de cabello blanco, ojos azules, nariz pequeña, robusto, vestido también de fino negro.
Tomó la tasa y a la vez intentó levantarse del asiento. Pero la mano de aquel se le apoyó en su hombro.
- No se moleste, quédese sentado Manglio.
- No es molestia alguna.
- Espero que lo encuentre a la temperatura adecuada y endulzado con la justeza que ésta infusión milenaria requiere. Aunque en su caso sea con edulcorante. –agregando- Lo preparé yo mismo, siempre se la preparaba a Ángela.
Man volvió los ojos a la tasa, acercándola y acercándose llegándole a dar un tímido sorbo.
- Perfecto. Usted debe ser...
- Soy Nemesio.
- ¿Iceoffson? perdón el Señor Nemesio Iceoffson.
- Bond, James Bond. - sonrió el anfitrión.
- Beba “el rojo”, ahora Lao me alcanzará el mío. También soy adicto al “brebaje” chino.
Luego de varios “rojos” que ambos bebieron, la charla parecía fluir con la naturaleza de dos que siempre se conocieron y hacia mucho que no se veían. Él le doblaba en físico, edad y brillo en los ojos. De a ratos soltaba su largo cabello y lo volvía ajustar para tenerlo bien peinado. Se paraba y se volvía a sentar, movía los brazos -con ademanes al mejor estilo italiano- para reforzar las ideas que expresaban sus palabras. Su castellano era perfecto, usaba palabras, frases, conceptos muy concretos y usuales. Le adjudicaba sus conocimientos en el idioma a Ángela su fallecida esposa. La cual nombraba toda vez que podía y al nombrarla, viraba de la vitalidad a la melancolía. Era multimillonario de cuna y derrochaba la simpleza de esos que siempre tuvieron todo y no necesitaban justificarlo. No parecía un buen hombre era un “justo hombre”.
La imagen "Vista" es gentileza del Sr. Impock, publicada en www.flickr.com . Muchas gracias por permitirme utilizarla.